domingo, 17 de octubre de 2010



"Nacemos inocentes. Sin emociones mezcladas, sin dudas, sin miedos, sin mentiras. Llegamos para descubrir, luminosos y coherentes. Vulnerables pero abiertos al mundo, animados por una curiosidad rotunda y radical, dotados de la pasión por vivir. Es entonces cuando comienza la búsqueda del sentido en una realidad diaria de luces y de sombras donde nos asaltan el amor, el miedo, la tristeza o la tentación(...)"
Elsa Puset.

Esta foto es del día de mi Primera Comunión, tenía 9 años. Fue un día feliz para mí, la mayoría de las personas que quería estaban a mi lado, especialmente mis abuelos.
En aquel momento creía, sentía o intuía que iba descubriendo los secretos de la vida, los que me ayudarían a encontrar la forma más adecuada para vivir a mi gusto, confiada en que la bondad está instalada en el corazón de las personas. Sigo creyendo que en la mayoría de los casos es así, y que cuando alguien hace mal, en muchas ocasiones es porque no sabe actuar de otra forma, o simplemente porque se ha equivocado o dejado llevar por sus carencias.

Ahora pienso o fantaseo con la idea de que quizás la autenticidad, la paz interior, esa que se manifiesta en una sonrisa espontánea cuando haces algo que sale directamente de lo más profundo de tus creencias o esencias, o ¡qué se yo de dónde!, se logra al entender. Con la conciencia que adquirimos con la edad pero paradójicamente creo que esta conexión se consigue cuando nos acercamos de nuevo a los niños que fuimos.
Cuidaré de ti, pequeña.

1 comentario:

José Ramón dijo...

Pienso que una parte de las palabras de Elsa Punset son una abstracción idealizada, parcialmente ciega aunque pueda gustar por “sonar bonita”. Si se cotejan esas palabras inercialmente ideales con la múltiple realidad, es decir, teniendo presente lo que pueden ser y sentir las personas desde el comienzo de sus vidas (con tendencias y temperamentos que pueden ser radicalmente distintos prácticamente desde el principio) se puede comprobar que no todo lo que ahí se dice es preciso o cierto. Comparto lo de que nacemos inocentes (en contra de la doctrina católica del pecado original, tan profundamente irracional). Dudo de que después de observar bebés se pueda afirmar que al comienzo de nuestras vidas no tenemos miedos ni “emociones mezcladas”; sin dudas y sin mentiras sí que iniciamos nuestra existencia, dado que al principio comienza por faltarnos lo que las hace posible, el pensamiento lingüístico, la razón; de ahí que podamos llegar “luminosos” (sobre todo a los ojos de los que nos quieren, que se iluminan frecuentemente al vernos) pero no “coherentes”. Vulnerables, sí: desde el principio y hasta el final el ser humano siempre es vulnerable, y algunos de los que quieren evitar a toda costa tal característica lo hacen –en vano- deshumanizándose parcialmente. “Pero abiertos al mundo, animados por una curiosidad rotunda y radical, dotados de la pasión por vivir”: mi impresión es que no todos los niños en su temperamento, en la contextura inicial de su personalidad son así, que, al igual que venimos con cuerpos distintos, mejor o peor dotados, a veces con problemas o deformaciones, también esto ocurre con las tendencias del ánimo y la vitalidad, y así hay quienes desde el comienzo sienten mayor aprensión, miedo o sentimiento de amenaza ante el mundo, y tienen menor tendencia a abrirse a él que otros; ciertamente, va a ser decisiva la circunstancia humana que se encuentren, que puede favorecer su confianza y su expansión o fomentar la desconfianza, el temor, acaso un desarrollo personal defectuoso. “Es entonces cuando comienza la búsqueda del sentido”... ¿entonces?, ¿cuándo, cuando nacemos, como se desprendería de estructura formal del texto? Ciertamente la búsqueda del sentido empieza mucho más tarde, cuando empezamos a tener la posibilidad de “vivir desde nosotros mismos” –y no sólo de lo recibido-, especialmente desde la adolescencia.
¿Ves, Marieta? Esto me pasa a menudo cuando leo a no pocos psicólogos (y otros que ejercitan profesiones con una dimensión intelectual), que echo en falta la precisión del pensamiento ejercido realmente, mirando a la realidad –no abstracto, inerte, impreciso o idealizado en cualquier sentido. Se convierten así algunas de mis lecturas en perpetua crítica mental de lo que voy leyendo; lo que tiene de positivo el que también por confrontación se va haciendo y afirmando el propio pensamiento.