martes, 9 de noviembre de 2010

Reflexión de un amigo. Un nuevo estímulo para el pensamiento

Las siguientes ideas son el comentario a una entrada anterior (“Nacemos inocentes") de mi amigo José.


Pienso que una parte de las palabras de Elsa Punset son una abstracción idealizada, parcialmente ciega aunque pueda gustar por “sonar bonita”. Si se cotejan esas palabras inercialmente ideales con la múltiple realidad, es decir, teniendo presente lo que pueden ser y sentir las personas desde el comienzo de sus vidas (con tendencias y temperamentos que pueden ser radicalmente distintos prácticamente desde el principio) se puede comprobar que no todo lo que ahí se dice es preciso o cierto. Comparto lo de que nacemos inocentes (en contra de la doctrina católica del pecado original, tan profundamente irracional). Dudo de que después de observar bebés se pueda afirmar que al comienzo de nuestras vidas no tenemos miedos ni “emociones mezcladas”; sin dudas y sin mentiras sí que iniciamos nuestra existencia, dado que al principio comienza por faltarnos lo que las hace posible, el pensamiento lingüístico, la razón; de ahí que podamos llegar “luminosos” (sobre todo a los ojos de los que nos quieren, que se iluminan frecuentemente al vernos) pero no “coherentes”. Vulnerables, sí: desde el principio y hasta el final el ser humano siempre es vulnerable, y algunos de los que quieren evitar a toda costa tal característica lo hacen –en vano- deshumanizándose parcialmente. “Pero abiertos al mundo, animados por una curiosidad rotunda y radical, dotados de la pasión por vivir”: mi impresión es que no todos los niños en su temperamento, en la contextura inicial de su personalidad son así, que, al igual que venimos con cuerpos distintos, mejor o peor dotados, a veces con problemas o deformaciones, también esto ocurre con las tendencias del ánimo y la vitalidad, y así hay quienes desde el comienzo sienten mayor aprensión, miedo o sentimiento de amenaza ante el mundo, y tienen menor tendencia a abrirse a él que otros; ciertamente, va a ser decisiva la circunstancia humana que se encuentren, que puede favorecer su confianza y su expansión o fomentar la desconfianza, el temor, acaso un desarrollo personal defectuoso. “Es entonces cuando comienza la búsqueda del sentido”... ¿entonces?, ¿cuándo, cuando nacemos, como se desprendería de estructura formal del texto? Ciertamente la búsqueda del sentido empieza mucho más tarde, cuando empezamos a tener la posibilidad de “vivir desde nosotros mismos” –y no sólo de lo recibido-, especialmente desde la adolescencia.

¿Ves, Marieta? Esto me pasa a menudo cuando leo a no pocos psicólogos (y otros que ejercitan profesiones con una dimensión intelectual), que echo en falta la precisión del pensamiento ejercido realmente, mirando a la realidad –no abstracto, inerte, impreciso o idealizado en cualquier sentido. Se convierten así algunas de mis lecturas en perpetua crítica mental de lo que voy leyendo; lo que tiene de positivo el que también por confrontación se va haciendo y afirmando el propio pensamiento.

Hay una conexión entre el texto de Elsa Punset que has escogido y una dimensión de tu manera de pensar que expresas a continuación, al hablar de tu idea de las causas por las que una parte de las personas actúan haciendo el mal. Esa conexión es, a mi juicio, la sustitución de “lo que realmente es” por “lo que debe ser” - según el propio deseo o bien según creencias que no tienen en cuenta una parte de la realidad. En el corazón de las personas, querida amiga, puede haber instaladas muchas tendencias y pasiones diversas, y una parte considerable de ellas, desgraciadamente, no tienen que ver con la bondad. Insisto en esta visión porque deseo que se cumpla bien lo que tú misma afirmas al final de este texto: “cuidaré de ti, pequeña”. Y esa pequeña era justificadamente inocente, pero tú, la mujer que tiene que cuidar del corazón y la vida en que habita esa pequeña, fuente de sentimientos, de alegrías y también de miedos, no puede permitirse, si ha de cumplir bien esa función de buen cuidado propio, inocencias que puedan dejarte desarmada, desprotegida o desprevenida ante esa dura realidad de la maldad humana. Lo afirmo de nuevo, la maldad existe, es una elección que libremente hacen una parte de las personas, a veces puntualmente, a veces en alguna dimensión de su vida, otras incluso en una entrega de la vida entera (al rencor, al odio, al egoísmo absoluto, a ambiciones que incluyen el desprecio y la utilización de los demás tanto como convenga a los propios deseos e intereses; acuérdate del porcentaje de psicópatas que se calcula que existe, y que en general aparentan ser “personas normales”). El domingo volví a ver la película “Diamantes de sangre”, en la que se pueden ver atroces escenas de algo que pasó realmente, no sólo los asesinatos masivos de Sierra Leona, sino las amputaciones sistemáticas: “¿manga larga o manga corta?”, preguntaban riéndose los desalmados antes de cortar con un machete las manos o los brazos a las personas, niños incluidos. También se mostraba en esa película a otros que favorecían ese mal desde lejos, para satisfacer sus grandes negocios de diamantes, con desprecio de las monstruosidades que se hacían a otras personas en el proceso de su obtención. La historia está llena de ejemplos de maldades a gran escala (tal vez si hubieras vivido una situación de estas, como la de la Alemania nazi, la Rusia estalinista, las matanzas de Bosnia, Ruanda, etc., etc., incluso nuestra propia guerra civil, tendrías más profundamente presente esa posibilidad de la maldad).

Pero no hay que acudir a situaciones bélicas o totalitarias (aunque en las situaciones extremas las personas suelen revelar especialmente de qué están hechas, qué llevan dentro, su valor). La maldad, con una u otra frecuencia y gravedad, forma parte de las vidas, manifiesta o disimuladamente aparece en nuestras vidas y puede dañarlas e incluso destruirlas. El odio, el rencor, el sadismo o disfrute con el sufrimiento ajeno, el deseo de hacer daño, pero también la manipulación, el abuso, el desprecio, el tomar a las otras personas como cosas a las que usar en beneficio propio, son y serán una posibilidad humana que se puede elegir, a la que se puede ceder, tentaciones para unos, amenazas para otros. Es verdad que a veces esas elecciones se hacen desde ciertas debilidades, desde algunas insatisfacciones o frustraciones profundas, incluso como respuesta a algunas injusticias padecidas: pero nada de eso nos determina (condicionar o influir no es determinar) a hacer el mal o a entregarnos a alguna forma de maldad (lo suele probar el hecho de que personas que padecen esas mismas o similares situaciones optan por caminos bien distintos). Una cosa es estar influido por malas vivencias o situaciones y otra estar determinado absolutamente por ellas, esto no es casi nunca verdad, es decir, los que se entregan al mal, a alguna mala pasión en algunas de sus múltiples maneras, lo hacen casi siempre libremente, porque quieren, porque lo desean directamente o por ciertas consecuencias buscadas (para lo cual no hace falta que lo hayan deliberado o meditado larga ni expresamente, no me seas “kantianamente centroeuropea” en esto). Ser humano significa poder elegir desde lo mejor a lo peor, poder entregarse a una mala pasión y poder arrepentirse, poder hacer un inmenso bien o un monstruoso mal, y siempre, salvo situaciones de enajenación o pérdida de sí mismo (infrecuentes), ser libre, poder elegir –incluso cuando parece que sólo hay una opción, como alguien que va a morir, elegimos al menos nuestra actitud ante lo inevitable.
(...)


Con respecto al último párrafo: ¿y qué es la autenticidad sino la coincidencia de la persona consigo misma? Ciertamente, cuando descubrimos nuestra reacción personal (real, veraz, y no mostrenca o recibida acríticamente) a las realidades que nos interesan, en suma, al entender (entender o enterarse = integrarse) auténticamente, podemos vivir la básica felicidad de ser nosotros mismos, y ¿qué otra cosa desea el niño que llevamos dentro que ser y sentirse feliz?

¿Y esto no lo decía Ortega de otra manera? A ver, recuerdo que hablaba sobre este asunto en su libro “Esquema de las crisis”, del que por cierto, tengo una primera edición en mi biblioteca, así que me voy a levantar para consultarlo...

La verdad es que es un escrito profundamente interesante acerca de cuestiones decisivas de la condición humana. Para el caso, me contento con citarte una frase que tiene mucho que ver con lo que arriba he afirmado, y que me parece una perla. “... el hombre para vivir tiene que pensar, gústele o no. Si piensa mal, esto es, sin íntima veracidad, vive mal, en pura angustia, problema y desazón. Si piensa bien encaja en sí mismo –y eso, encajar en sí mismo, es la definición de la felicidad”.


Autor: José Maroto

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